COVID-19: el nuevo reto que enfrentamos
El mundo vive una realidad muy distinta de la que se esperaba que llegara con una nueva década. Desde el pasado mes de diciembre, cuando surgió la amenaza que hoy conocemos como COVID-19, la sociedad está expectante a cuáles serán las consecuencias que el coronavirus pueda tener en nuestras vidas. Puerto Rico no es la excepción a este temor, pues el paso de dos huracanes por el país y los recientes terremotos que impactaron al sur, agravan la situación a la que nos enfrentamos.
Hace poco más de un mes, cuando la provincia china en la que se originó el coronavirus impuso un cierre total, los gobiernos comenzaron a plantearse la idea de que la enfermedad llegara a cualquier territorio. Aquí, el exsecretario de Salud Rafael Rodríguez Mercado, quien renunció a su cargo el pasado viernes, le indicó al pueblo que podía estar tranquilo porque, al no haber vuelos directos con el país asiático, era poco probable que la enfermedad pisara el archipiélago. Para muchos, la respuesta del extitular fue imprudente si se tiene en cuenta que el mundo globalizado en el que vivimos pareciera no tener frontera alguna. Mientras tanto, vimos cómo el COVID-19 se convertía en el principal enemigo de cada país al que llegaba y cómo provocaba que países, que creíamos con suficiente capacidad para manejar estas emergencias, perdían el control. En Puerto Rico, tuvimos que esperar a que el gobierno estadounidense comenzara a confirmar contagios y fallecimientos causados por la enfermedad para que el Estado tratara la situación con la premura y seriedad necesaria. Tras semanas de controversias y desinformación, se han confirmado cinco casos positivos al COVID-19, y otras 52 personas se han sometido a la prueba, algunas comprobando la inexistencia del virus y otras de las que aún se esperan los resultados. La gobernadora Wanda Vázquez Garced, por su parte, ha impuesto, mediante una orden ejecutiva, un cierre total del país hasta el 30 de marzo para evitar la propagación y retrasar el pico del brote porque de no ser así el sistema de salud colapsaría por un aumento repentino y dramático de casos. Sin embargo, la negativa por parte del Estado para realizar pruebas a personas que presentan síntomas causará que el toque de queda no cumpla su objetivo, poniendo en riesgo la salud y vida de los puertorriqueños. En un país en el que murieron al menos 4,645 personas por la inacción gubernamental y cientos de familias estuvieron sin un techo donde dormir hasta hace algunos días, resulta inaceptable que se trate con tanta reserva y, en ocasiones, liviandad la emergencia que enfrentamos.
No obstante, por primera vez en mucho tiempo, retornar a la normalidad depende tanto del Estado como de la ciudadanía. Esta enfermedad altamente contagiosa pone en riesgo a quienes tienen un sistema inmunológico vulnerable, en su mayoría adultos mayores y personas con patologías previas.
La única manera de salvaguardar la mayor cantidad de vidas es siendo responsables como entes sociales, pues más que nunca la vida de nuestros seres queridos está sobre nuestros hombros. Nos toca ser empáticos con aquellos que nos dieron la vida y nos han dado las herramientas para crecer, nos toca apoyar a esa primera línea de batalla que hoy pone sus vidas en riesgo, una vez más, para cuidar de nosotros y nos toca ser conscientes de que lo que vivamos mañana depende de lo que hagamos hoy.
Quedarnos en nuestras casas no es una opción, sino una obligación. El aislamiento que tenemos que cumplir no es un arma de control sobre la ciudadanía, las consecuencias económicas a las que nos enfrentaremos no son producto de la inconsciencia y la paralización del desarrollo social no es un mero capricho, sino que cada una de estas situaciones que vivimos son la única manera que tenemos para salvar a los nuestros.
Mi deseo es que no sea demasiado tarde para que el gobierno actúe y tome las medidas necesarias para proteger al pueblo y que la empatía que caracteriza al puertorriqueño no tarde en llegar porque a este virus lo mata la solidaridad.
